Bustuariae
Para el año 1 d.C. existían alrededor de 32.000 prostitutas registradas en la ciudad de Roma. Entre ellas estaban las Meretrices, las únicas en pagar impuesto por su tarea; las Prostibulae, que ofrecían sus servicios donde podían, las Delicatae, escorts de alta categoría, accesibles únicamente para hombres de posición acomodada; las Famosae, mujeres pertenecientes a las familias patricias que, por necesidad o placer, se ganaban la vida como amantes, entre ellas Julia, hija de Augusto; las Ambulatae, damas que trabajaban en la calle, las Lupae, furtivas prostitutas de los bosques, y, finalmente, las más enigmáticas de todas, las Bustuariae.
Existen varias leyendas oscuras sobre las Bustuariae que las relacionan con fantasías escandalosas, hombres que les pagaban fortunas para que simulen estar muertas, e interactuar sexualmente con ellos incluso sobre la tierra húmeda de las tumbas. Licia, una de las poquísimas Bustuariae que ha trascendido el ámbito prostibulario, alcanzó cierta fama entre las clases altas por atender a sus clientes en los sepulcros y mausoleos de personajes importantes, políticos y generales, ámbito en el que concretaba las fantasías más oscuras de sus parroquianos.
La prostitución en la Antigua Roma
En Roma
la prostitución era algo habitual. Las prostitutas tenían que llevar
vestimentas diferentes, tenían que teñirse el cabello o llevar puesta
una peluca amarilla e inscribirse en un registro municipal el cual
contaba con 32,000 prostitutas inscritas. Había varios tipos de
prostitutas los cuales eran:
- Prostituta: era la que entregaba su cuerpo a quien ella quería.
- Pala: aceptaba a cualquiera que pudiera pagar el precio demandado.
- Meretrix: era la que se ganaba la vida por si misma sin ningún intermediario.
- Prostibulae: ejercía donde podía sin pagar impuestos.
- Ambulatarae: trabajaba en la calle o en el circo.
- Lupae: ocupaban los bosques cercanos de la cuidad.
- Bustuariae: ejercía en los cementerios.
Además de esas siete ya mencionadas estaba la
categoría más alta de las prostitutas llamadas delicatae, que contaban
entre sus clientes a senadores o generales. Por último existía en
prostituto, eran hombres que esperaban en las esquinas de los baños a
mujeres que solicitaran sus servicios.
Un día de putas… en la antigua Roma.
Ahora ya nunca podrás decir que no has estado en un lupanar… en la casa de Arvina.
En cambio, sí que me quedó marcada la primera vez que yací a solas con una mujer. Fue poco después del primer y desastroso envite. Que congoja pasé. Un tarde ociosa de verano nos juntamos a la sombra de los soportales del Foro mi amigo Labieno, Emilio y yo con mi hermano Lucio, que nos sacaba dos años, y uno de sus compinches de farra, un tal Publio Quintilio Albo, un chaparro y rubio hijo de inmigrantes galos. El caso es que mi hermano y su colega nos convencieron sin demasiada presión para que fuésemos todos juntos a un lupanar fuera de los muros. Aquel burdel de renombre estaba cerca del puente del molino y era casa de muy mala fama en los círculos sociales valentinos. Su maléfica notoriedad venía dada porque más de un casto e impoluto magistrado era cliente habitual de aquella villa misteriosa.
Era una amplia domus de varios passuum de fachada,
sin ventanas y con un portalón de estrecha mirilla en medio de un
cuidado huerto de acelgas y lechugas. Después de tocar mi hermano dos
veces la aldaba y decirle una frase ininteligible al esclavo que se
asomó por el ventanuco, los goznes del portalón chirriaron quedamente y
pasamos al vestíbulo. Una estatua de tamaño natural de Venus, diosa de
estas ocupaciones, presidía la sala. El timorato y afeitado sirviente
nos llevó hacia el soportal del atrio, el lugar más fresco de la casa en
el que varios bancos estaban dispuestos para recibir a los clientes.
Nos acomodamos en los mullidos asientos. El porche estaba decorado con
maceteros de terracota con setos de murta decorados con relieves
geométricos y sus paredes encarnadas exhibían explícitos frescos de
amantes en plena faena. Me quedé abobado pasando la vista de fresco en
fresco viendo las diferentes poses de las parejas allí representadas. Al
momento una esclava muy sugerente nos ofreció una jarra de vino fresco
muy rebajado que no pudimos rechazar. Un grupito de tres chiquillas se
colocó en una esquina portando arpas, címbalos y flautas y comenzó a
entonar melodías. Eran muy jovencitas para la profesión. Seguramente la
dueña de la casa de lenocinio las habría comprado recientemente para ir
preparándolas en las artes amatorias. Además, en toda variada clientela
siempre encuentras algún vicioso con una buena bolsa de ases arsetanos
dispuesto a vaciarla sin ningún reparo con tal de estrenar jovencitos.
Mientras la linda muchacha, peinada con arte y perfumada en abundancia,
escanciaba el contenido de su vasija apareció una gruesa matrona ya
entrada en años, de rotundos pechos surcados por venas y compleja peluca
cobriza, que nos dio su más efusivo recibimiento. Me parecía increíble
cómo no tenía descolgados semejantes pechos tan redondos y amenazantes.
Tiempo después descubrí el truco del strophium(el primer “cruzado mágico” de la Historia; consistía en unas tiras de cuero suave que realzaban el busto femenino. También se usaban las mamillare,
una especie de faja que sostenía los senos) al gozar de los encantos de
una de sus pupilas que iba tan bien armada como su señora.
Al instante aparecieron desde varios de los cubículos adyacentes una
nutrida variedad de jovencitas y jovencitos. Ellas, unas muy jóvenes y
otras ya maduritas, iban vestidas con finísimos peplos de lino
setabense, estaban maquilladas con todo tipo de exóticos bálsamos y
alguna que otra tenía teñido el cabello con pasta de sebo y ceniza.
Aquellos insinuantes y sugerentes vestidos dejaban translucir las
areolas coloreadas que coronaban sus tersos bustos y los ensortijados
encantos de sus entrepiernas. Los tres efebos barbilampiños lucían sus
cuerpos juveniles untados en aceites aromáticos y cubrían sus miembros
con un escueto y simple taparrabos. Aquellas mujeres no parecían
forzadas, pues en el complejo mundo de la prostitución las hay de todos
tipos, de las que no pueden elegir y de las que elige bien a sus amantes
de pago. En aquel caso supe después que muchas de aquellas espléndidas
féminas le pagaban un jugoso porcentaje a la dueña de la casa por
trabajar discretamente con personajes conocidos e influyentes en la
comodidad de un lecho cálido y mullido.
El acicalado grupo de profesionales del amor se fue paseando entre los bancos, acariciándonos, sonriendo y provocando nuestra ya irrefrenable lujuria. Una de aquellas tremendas hembras, una esbelta morena de larga cabellera que emanaba un embriagador aroma a jazmín persa, se dirigió hacia mí, barrió mi rostro con su fragante melena a la vez que introducía su hábil mano bajo de mi túnica. Fue la que más me impactó. Y no menosprecio al resto de jovencitas y no tan jovencitas, a ver cuál más apetecible, pero la primera impresión me marcó la decisión. Tenía aún sus bronceadas carnes prietas, pues no sería mayor que yo, unos glúteos redondos y respingones más duros que las Columnas de Hércules y unos pechos puntiagudos y tiesos como odres llenos. La elegí a ella.
Mi hermano negoció en grupo con la mofletuda y pintarrajeada Arvina el coste de los servicios de su apetitosa mercancía, cerrándolo en cincuenta monedas de plata por una hora de amancebamiento. La muchachita morena que tanto me gustaba me cogió de la mano y me llevó a su cubículo, un pequeño y encarnado habitáculo en el peristilo en el que un taburete y un camastro eran sus únicos muebles. Sobre el dintel de la puerta había un expresivo grabado de una amazona cabalgando sobre un tipo recostado en un diván. En aquel momento no le presté atención pero con el tiempo descubrí que cada una de aquellas mujeres indicaba explícitamente en su puerta su especialidad. Y cada uno de aquellos servicios tenía su coste prefijado pues no es lo mismo una simple masturbación manual que una felación completa, y más teniendo en cuenta la escueta higiene, por llamarla de alguna manera, de ciertos clientes habituales de la casa.
La chica me condujo a su nido de placeres. Una lucerna de cuatro
bocas sobre el taburete era la única iluminación de aquella pequeña
estancia. Corrió las cortinas de arpillera rallada que cerraban la
puerta y me llevó hacia el catre. Con un movimiento cadencioso y pausado
se arremangó el vestido desde las pantorrillas sacándolo por encima de
su cabeza, mostrando paulatinamente en toda su plenitud su excelsa
desnudez. Tenía unos grandes ojos del color de la miel y un pelo moreno y
ondulado que caía en tirabuzones sobre sus duros pechos. Bajé un
momento la mirada y comprobé como mi erecto miembro ya se marcaba, y
manchaba, en la túnica. Recuerdo que sudaba como un galeote, no por el
calor húmedo y pesado de la pequeña habitación sino excitado por la
inminencia del roce de nuestros cuerpos… y a la vez me sentía temeroso
de no dar la talla ante aquella joven experta. A pesar de su corta edad
la muchacha sabía muy bien lo que se hacía. Me susurró un par de bonitos
piropos al oído, me quitó la empapada túnica con suavidad y me tumbó
boca arriba en su camastro. Un relájate y un beso profundo en la frente
me dejaron más tranquilo. Fue entonces cuando la lozana profesional del
lenocinio se colocó sobre mí, introduciéndose mi hinchado apéndice en su
rizado secreto y oscilando su moldeado cuerpo sobre mí. No soy capaz de
evaluar cuanto tiempo pude contener mi semilla, pero pienso que sería
más bien poco puesto que sólo de la excitación ya estaba más que
preparado. Aprisioné sus nalgas entre mis manos intentando alcanzar con
la boca uno de sus oscuros y enhiestos pezones. Al ver la contracción de
placer de mi cara la muchacha apretó su ritmo desenfrenadamente,
oprimiendo mi miembro con sus pétreas nalgas en una intensa fricción y
desencadenando en mí el efecto deseado.
Cuando salí del cubículo, sudado, envanecido y más satisfecho que un general durante un Triunfo (el mayor honor que le concedía el Senado a un general después de una campaña victoriosa), coincidí con el resto de amigos que también habían cumplido holgadamente con su propósito. Me chocó ver a Labieno, siempre luciendo músculos en las salas de ejercicios de las termas, salir de una de las estancias junto a uno de los efebos imberbes. Que peligroso descubrimiento nos enseñó aquella cálida tarde mi pícaro hermano. No fue la única vez que acudimos a aplacar la presión de la entrepierna en la discreta y selecta casa de Arvina. Tiempo después me enteré gracias a una conversación cruzada en las letrinas de las termas de que aquella gorda matrona había ejercido el oficio más viejo del mundo hacía años en varios lupanares de Arse hasta que un tal Sexto Vitruvio Arvino, un tipo poco agraciado y menos aún sociable que llegó a ser pontífice de Júpiter en la ciudad durante muchos años, se encaprichó de sus grandes tetas y se la compró a su dueño. Al morir hace pocos años aquel pobre infeliz, Arvina, – manumisa y heredera de una discreta fortuna – conocedora de la gestión del pingüe negocio, cambió de residencia para evitar habladurías y se montó su propia mancebía de lujo en la nueva colonia.
Desde que los seres humanos fueron conscientes de la importancia de la alimentación y convirtieron el acto de nutrirse, por necesidad biológica, en un placer, siempre buscaron entre los componentes que cocinaban el sentido mágico y medicinal de ellos, al observar las digestiones que les hacían sentirse bien o mal dependiendo de las personas.
Tendríamos que comenzar sabiendo que era para Plinio el sexo, como se asimilaba dentro de la moral romana, para entender, aunque sólo sea en parte, el sentido de este tratado que nos ocupa. Para ello en su libro X-171 hace una primera definición sobre la sexualidad, donde por cierto sólo se centraba en los hombres en lo relativo al placer, dejando a las mujeres el papel meramente reproductivo, aunque es cierto que también hay muchos remedios 'medicinales' relacionados con la ginecología y la obstetricia.
Para los romanos y romanas debía ser divertido, si conocían el mundo de los amuletos, el ver a su amigo, vecino o desconocido con uno de ellos, sobre todo si este estaba relacionado con el sexo, como por ejemplo este remedio que debía llevarse en una bolsa y que dice en su libro XXVIII-88 lo siguiente: "Llevar atada como amuleto la parte derecha de la trompa con tierra roja de Lemnos es un afrodisíaco", enigmática frase si antes no se lee en que consistía el 'truco'. En este lugar se estudia todo lo referente a las propiedades medicinales que podía ofrecer el elefante, entre las que se encontraban la de mezclar limaduras de marfil con miel del Ática para quitar las impurezas de la piel o simplemente aplicando el polvo de marfil directamente para curar el panizo. Igualmente comenta que tocando la trompa del elefante se pasa el dolor de cabeza, más eficazmente si en ese momento está estornudando, remedio casero complicado ya que se me hace difícil imaginar la llegada del romano a casa y decirle a su mujer: 'Traigo un dolor de cabeza tremendo, no te importaría traerme el elefante?'. Termina este apartado diciendo que la sangre de este animal viene bien a los enfermos de consunción y su hígado a los epilépticos.
Si a estas alturas del artículo sigue con ganas de tener sexo, no se preocupe que todavía quedan muchos remedios por descubrir y que eran experimentados por los romanos, yo me planteo a estas alturas si es cierto ese dicho de 'que cualquier tiempo pasado fue mejor'.
Y ahora llegamos al verdadero remedio contra la impotencia, el elixir sexual por excelencia, el Viagra de los romanos, el remedio rotundo para muchos hombres y que parece ser tiene algo de veracidad; me refiero a un producto que se obtenía del escinco, un reptil procedente del Nilo, y del que dice que es más pequeño que la mangosta y que en ciertas partes del libro lo confunde con el cocodrilo terrestre. Sobre este animal, el escinco, habla en varios lugares de sus libros y le da mucha importancia por lo benefactora que es su carne en otros muchos remedios fuera del terreno sexual, por ejemplo contra los venenos. Cuenta que era importando a Roma conservados en sal y en su libro XXVIII-119 nos da la fórmula para su preparación y comercialización en pastillas: "Su hocico y patas bebidos en vino blanco son afrodisíacos, especialmente con satirión (un tipo de orquídea 'orchismorio L.' o una bulbosa 'Fritillaria graeca L.') y semilla de jaramago, mezclando una dracma de cada ingrediente con dos de pimienta; las pastillas así obtenidas, de una dracma cada una, deben de ser bebidas". Continúa en el mismo libro, apartado siguiente, con otra fórmula, mejor aún que la anterior, si se prepara tomando la carne de los flancos en la proporción de dos óbolos, con igual medida de mirra y pimienta y se bebe. Terminar diciendo que el jugo del animal, cocido y tomado con miel, inhibe el deseo sexual.
Para terminar, porque pienso dejar aquí este estudio ya que Plinio tiene cientos de consejos relacionados con el sexo, daré un pequeño repaso a los medicamentos destinados a calmar las infecciones de los genitales, por si lo necesita tras la lectura de estas recetas y que a mi me dejaron tan perplejo en muchos de sus pasajes.
En cambio, sí que me quedó marcada la primera vez que yací a solas con una mujer. Fue poco después del primer y desastroso envite. Que congoja pasé. Un tarde ociosa de verano nos juntamos a la sombra de los soportales del Foro mi amigo Labieno, Emilio y yo con mi hermano Lucio, que nos sacaba dos años, y uno de sus compinches de farra, un tal Publio Quintilio Albo, un chaparro y rubio hijo de inmigrantes galos. El caso es que mi hermano y su colega nos convencieron sin demasiada presión para que fuésemos todos juntos a un lupanar fuera de los muros. Aquel burdel de renombre estaba cerca del puente del molino y era casa de muy mala fama en los círculos sociales valentinos. Su maléfica notoriedad venía dada porque más de un casto e impoluto magistrado era cliente habitual de aquella villa misteriosa.
- ¡Bienvenidos a la casa de Servia Vitruvia Arvina! Pero, por la casta y pura Vesta, ¡Que ven mis ojos! Cinco muchachotes estupendos – dijo la oronda alcahueta repasando con su mirada de batracio al grupo entero – Estoy seguro que alguno de vosotros sois nuevos en mi casa… ¿Qué podría ofreceros para deleitar vuestros sentidos?
- Muéstranos tu oferta, querida Arvina. Me han hablado muy bien del género de tu casa – le respondió el compinche de mi hermano –
- Así es, jovencito. Tengo verdaderas maravillas. Este no es uno de esos prostíbulos infectos del puerto de Saguntum, es una reservada casa de citas para clientes selectos… ¡Atelo! Castrado perezoso… Vamos, a qué esperas, pasa estos clientes a los triclinios – le regañó al esclavo que nos había atendido tras darle un coscorrón. Después dio dos sonoras palmas y se colocó bien la prieta y sólida túnica faja que soportaba el peso de su inmenso busto –
- Como deseéis, Dómina – respondió sumiso el enjuto individuo dirigiéndose con toda celeridad hacia una de las estancias del atrio –
El acicalado grupo de profesionales del amor se fue paseando entre los bancos, acariciándonos, sonriendo y provocando nuestra ya irrefrenable lujuria. Una de aquellas tremendas hembras, una esbelta morena de larga cabellera que emanaba un embriagador aroma a jazmín persa, se dirigió hacia mí, barrió mi rostro con su fragante melena a la vez que introducía su hábil mano bajo de mi túnica. Fue la que más me impactó. Y no menosprecio al resto de jovencitas y no tan jovencitas, a ver cuál más apetecible, pero la primera impresión me marcó la decisión. Tenía aún sus bronceadas carnes prietas, pues no sería mayor que yo, unos glúteos redondos y respingones más duros que las Columnas de Hércules y unos pechos puntiagudos y tiesos como odres llenos. La elegí a ella.
Mi hermano negoció en grupo con la mofletuda y pintarrajeada Arvina el coste de los servicios de su apetitosa mercancía, cerrándolo en cincuenta monedas de plata por una hora de amancebamiento. La muchachita morena que tanto me gustaba me cogió de la mano y me llevó a su cubículo, un pequeño y encarnado habitáculo en el peristilo en el que un taburete y un camastro eran sus únicos muebles. Sobre el dintel de la puerta había un expresivo grabado de una amazona cabalgando sobre un tipo recostado en un diván. En aquel momento no le presté atención pero con el tiempo descubrí que cada una de aquellas mujeres indicaba explícitamente en su puerta su especialidad. Y cada uno de aquellos servicios tenía su coste prefijado pues no es lo mismo una simple masturbación manual que una felación completa, y más teniendo en cuenta la escueta higiene, por llamarla de alguna manera, de ciertos clientes habituales de la casa.
Cuando salí del cubículo, sudado, envanecido y más satisfecho que un general durante un Triunfo (el mayor honor que le concedía el Senado a un general después de una campaña victoriosa), coincidí con el resto de amigos que también habían cumplido holgadamente con su propósito. Me chocó ver a Labieno, siempre luciendo músculos en las salas de ejercicios de las termas, salir de una de las estancias junto a uno de los efebos imberbes. Que peligroso descubrimiento nos enseñó aquella cálida tarde mi pícaro hermano. No fue la única vez que acudimos a aplacar la presión de la entrepierna en la discreta y selecta casa de Arvina. Tiempo después me enteré gracias a una conversación cruzada en las letrinas de las termas de que aquella gorda matrona había ejercido el oficio más viejo del mundo hacía años en varios lupanares de Arse hasta que un tal Sexto Vitruvio Arvino, un tipo poco agraciado y menos aún sociable que llegó a ser pontífice de Júpiter en la ciudad durante muchos años, se encaprichó de sus grandes tetas y se la compró a su dueño. Al morir hace pocos años aquel pobre infeliz, Arvina, – manumisa y heredera de una discreta fortuna – conocedora de la gestión del pingüe negocio, cambió de residencia para evitar habladurías y se montó su propia mancebía de lujo en la nueva colonia.
Como advertencia he de decir que afronté este
estudio dentro de una clave de humor dado lo jocoso que puede resultar el
sexo, sin la pretensión de herir susceptibilidades de nadie y siendo en
todo momento espontáneo en el comentario de ciertas recetas, en definitiva
he mostrado, en todo momento, mi pensamiento sin intencionalidad malsana.
Ahora les invito a leer algo que la mayoría de las personas ni podían
imaginar, todo sobre los problemas del sexo de los romanos y que no se
atrevía a preguntar, que todo no
iban a ser orgías como vemos en las películas.
Desde que los seres humanos fueron conscientes de la importancia de la alimentación y convirtieron el acto de nutrirse, por necesidad biológica, en un placer, siempre buscaron entre los componentes que cocinaban el sentido mágico y medicinal de ellos, al observar las digestiones que les hacían sentirse bien o mal dependiendo de las personas.
La literatura médica de la antigüedad se basa
casi exclusivamente en los humores y el temperamento de las personas, a las
que le correspondían un tipo de alimento determinado dependiendo de su
complexión o el carácter.
Entre los cientos de libros escritos por
nuestros antepasados me detendré en esta ocasión en el escrito por Gayo
Plinio Secundo, nacido en Como (Italia) en el año 23 d.C. y muerto durante
la erupción del Vesubio en el año 79, titulado 'Historia Natural'
compuesto en total por 37 libros que podemos definir como la primera
enciclopedia de la naturaleza.
Independientemente a las miles de
observaciones de todos los animales y plantas conocidas en la época
también contiene un importantísimo espacio dedicado a las enfermedades y
otras materias relacionadas con la salud y dentro de este apartado una
serie de indicaciones y recetas para combatir los males del cuerpo y
deficiencias sexuales, que por la importancia que tiene, tras estos dos
mil años que nos separa, he creído esencial transcribir.
No todos los remedios se basan en la
alimentación, aunque sí en productos naturales e incluso algunos mágicos y
que hoy nos pueden parecer sorprendentes. Esta forma de observar la
naturaleza, que se basaba en aciertos más errores, nos puede llevar a
comprender muchas cosas de la cosmética y la medicina moderna, incluso nos
puede hacer recapacitar en esas fórmulas magistrales, las cuales, algunas
sólo, podrían comercializarse hoy día y que incluso serían más lógicas que
muchas de las que el mercado actual nos ofrece hechas con placenta,
colágeno de peces o baba de caracol, entre otras porquerías.
Tendríamos que comenzar sabiendo que era para Plinio el sexo, como se asimilaba dentro de la moral romana, para entender, aunque sólo sea en parte, el sentido de este tratado que nos ocupa. Para ello en su libro X-171 hace una primera definición sobre la sexualidad, donde por cierto sólo se centraba en los hombres en lo relativo al placer, dejando a las mujeres el papel meramente reproductivo, aunque es cierto que también hay muchos remedios 'medicinales' relacionados con la ginecología y la obstetricia.
Volviendo al libro X, apartado 171, del que he
hecho referencia, nos dice algo que debe de hacernos pensar que
muchos hombres de entonces
padecían de fimosis ya que cuenta: "Sólo
el hombre le causa dolor el primer coito, como presagio de la vida, desde
su comienzo, conlleva dolor".
Para continuar hablando de la estacionalidad de las relaciones
sexuales de los animales y del celo permanente del hombre que puede
hacerlo a cualquier hora del día o noche y la sensación de insatisfacción
de los humanos en el lecho.
Es curiosa la referencia que hace en su libro X, apartado
172, desde ahora X-172, donde cuenta los vicios de Mesalina, esposa del
emperador Claudio, la cual compitió con la más famosa meretriz romana
sobre cual de ellas mantendría más relaciones sexuales en un día con los
hombres y de como
ganó la esposa del emperador al yacer con VEINTICINCO hombres en
veinticuatro horas, todo un record que le debió dejar escocidos los bajos
durante un buen tiempo, aunque, eso sí, con los ojos en blanco de tanto
disfrutar.
Continúa diciendo que en la especie humana los
machos tienen desviaciones sexuales, las cuales considera aberraciones de
la naturaleza, en cambio las hembras sólo tienen abortos, este hombre no
aprendía despues de conocer lo de Mesalina y piensa que las mujeres son un
trozo de carne.
Termina este apartado diciendo que los hombres
sienten un deseo sexual más fuerte en invierno y las mujer, por contra, en
verano, algo que nunca había comprobado en carne propia, yo pensaba que el
clima no afectaba, según que sexo, a los deseos, incluso en verano, al ir
las mujeres más desvestidas, los hombres están más excitados.
Una vez hechas estas aclaraciones y
declaraciones de Plinio sobre el sexo es hora de adentrarnos en el
proceloso mundo de los remedios medicinales para, por ejemplo, tener unas
buenas erecciones con las que satisfacer los sentidos de los romanos. Y
como la humanidad siempre fue igual, con los mismos deseos y carencias;
entonces
qué mejor que indagar en lo referente a los productos que estimulaban los
penes o lo que es lo mismo: conocer de que estaba compuesto el Viagra de
la antigüedad.
En primer lugar encontramos los remedios
caseros, después los puramente psicológicos y para terminar los
'científicos', ya que como se sabe el sexo nace de un estímulo cerebral
que transmite la orden al pene, aunque algunos
piensen que es al contrario, pero hablar de este tipo de personas nos
llevaría a otros mundos que entran más en el campo de la psiquiatría.
Para los romanos y romanas debía ser divertido, si conocían el mundo de los amuletos, el ver a su amigo, vecino o desconocido con uno de ellos, sobre todo si este estaba relacionado con el sexo, como por ejemplo este remedio que debía llevarse en una bolsa y que dice en su libro XXVIII-88 lo siguiente: "Llevar atada como amuleto la parte derecha de la trompa con tierra roja de Lemnos es un afrodisíaco", enigmática frase si antes no se lee en que consistía el 'truco'. En este lugar se estudia todo lo referente a las propiedades medicinales que podía ofrecer el elefante, entre las que se encontraban la de mezclar limaduras de marfil con miel del Ática para quitar las impurezas de la piel o simplemente aplicando el polvo de marfil directamente para curar el panizo. Igualmente comenta que tocando la trompa del elefante se pasa el dolor de cabeza, más eficazmente si en ese momento está estornudando, remedio casero complicado ya que se me hace difícil imaginar la llegada del romano a casa y decirle a su mujer: 'Traigo un dolor de cabeza tremendo, no te importaría traerme el elefante?'. Termina este apartado diciendo que la sangre de este animal viene bien a los enfermos de consunción y su hígado a los epilépticos.
Otro amuleto que recomienda en su libro XXVIII-107
como afrodisíaco, por raro que parezca, es el de atarse en el brazo
derecho los dientes de la mandíbula derecha de un cocodrilo del Nilo.
Pero si creyó haber leído todo sobre la magia
de los romanos en el terreno sexual se equivoca porque en su libro XXX-141
da los siguientes consejos, que por cierto no son los más fantasiosos como
leeremos más adelante: "Un
lagarto ahogado en la orina de un hombre inhibe el deseo sexual del que lo
ha matado; en efecto, los magos lo cuentan entre los filtros amorosos".
Continúa con los inhibidores sexuales diciendo que los excrementos del
caracol y de paloma tomados con aceite y vino también sirven para tal fin.
Y como traca final de este capítulo no se pierda lo que sigue: "La
parte derecha de un pulmón de buitre, colgada como amuleto en una piel de
grulla, excita el deseo sexual del hombre; igual que si se toma a sorbos,
con miel, yema de cinco huevos de paloma, mezclados con un denario de
grasa de cerdo; o se toman en la comida gorriones o sus huevos; o se
cuelga como amuleto, en una piel de carnero, el testículo derecho de un
gallo".
Pero si lo que desea es llegar al paroxismo en
el terreno sexual, si lo que quiere es montarse una orgía de esas que no
se olvidan, en donde, como vulgarmente se dice: 'corre el vino y las
mujeres', sin ser mal pensado e imaginar que las féminas corren buscando
la puerta de la calle para largarse, no se pierda esta receta que ya entra
dentro no de la magia sino del afrodisíaco echo casi en laboratorio y que
está contenido en su libro XXVIII-122: "Son
también exóticos los caracales (ojo no confundir con
los caracoles porque así no sale), que tienen la vista más aguda
de todos los cuadrúpedos. En la isla Cárpatos cuentan que quemar
todas sus garras con la piel es muy eficaz. Beber esta ceniza inhibe la
conducta impúdica de los hombres y rociarse con ella, el deseo sexual de
las mujeres".
En su libro XXVIII-261 nos da una relación de
afrodisíacos en general que son buenos saberlos por si alguna vez nos
pudieran hacer falta y que son el usar la hiel de jabalí como linimento;
la médula de cerdo bebida; el sebo de burro con grasa de ganso macho
untada como linimento. Pero según va cogiendo confianza con el lector este
hombre nos cuenta que lo mejor de lo mejor, haciendo mención a otros
autores, en este caso a Virgilio, el cual, según cuenta, que escribe en
sus Geórgicas, lo que podemos considerar la panacea en esto del sexo: "El
líquido procedente del coito del caballo y los
testículos de caballo secos para que puedan ser diluidos en la bebida; el
testículo derecho de un burro bebido en una dosis proporcional de vino o
atado en un brazalete". Para terminar con otra
recomendación de Ostanes en la que dice que lo mejor es tomar la espuma,
procedente del coito recogida en una tela roja y metida en plata, de un
burro.
Otros afrodisíacos procedentes del burro,
animal famoso por su miembro viril, es el sumergir los testículos en
aceite hirviendo, me refiero a los del burro y
no los del hombre que
necesita dicho afrodisíaco, siete veces y despues untar con ellos las
partes pudendas del paciente, según recoge de otra recomendación de Salpe.
De Dalión recoge que se debe de beber la ceniza de los testículos del
burro, pobre animal, o beber la orina de toro después del coito de este y
se aplique en
linimento con su propio lodo al pubis. Eso sí, dice que "pero
al contrario, es un antiafrodisíaco para los hombres el linimento de
excremento de toro" (libro XXVIII-262).
Si a estas alturas del artículo sigue con ganas de tener sexo, no se preocupe que todavía quedan muchos remedios por descubrir y que eran experimentados por los romanos, yo me planteo a estas alturas si es cierto ese dicho de 'que cualquier tiempo pasado fue mejor'.
Pero si Vd. lector es de esos que aborrecen
las relaciones sexuales con las mujeres le advierto que Plinio tiene el
remedio contra ello con esta fórmula magistral: Tome los genitales de un
ciervo con miel y le asegura que ya no podrá resistirse al sexo contrario.
También esta fórmula, contenida en su libro XXVIII-98, con ciertas
variantes pude servir para que una mujer no aborte, eso sí debe de atarse
al cuello la carne blanca del pecho de la hiena, siete pelos y los
genitales del ciervo, colgando de piel de gacela.
También es posible que su fémina le atosigue y
le reclame su deber conyugal más de lo que su cuerpo puede responder, sin
tener que recurrir a un amigo que le ayude en esas delicadas tareas, para
lo cual, y según recoge de otra recomendación de Ostanes, libro XXVIIII-256,
se puede solucionar frotándole a la mujer en la zona lumbar sangre de una
garrapata de un buey negro salvaje, lo que le produce hastío de los
placeres amorosos. Otro remedio que propone es darle a beber orina de
macho cabrío pero
con nardo para evitar la repugnancia; repugnancia que tendrá
por Vd. y que, por poco lista que sea, intentará solucionar sus
ardores uterinos
con el
repartidor de bombonas de butano, con el dependiente del supermercado o
con el primer hombre que muestre ser menos imbecil y más potente en esto
del coito.
Si alguna vez sale de copas con los amigos y, cosas de los
que beben, se le ocurre miccionar en la calle tenga mucho cuidado donde lo
hace, ya que si se le ocurre orinar sobre otra de perro se volverá reacio
al sexo y entonces tendría que aplicar el remedio del párrafo anterior a
su pareja, todo un lío. Esta recomendación incluida en su libro XXX-143 se
complementa con lo siguiente: "Cosas asombrosas, si son ciertas,
se dicen también sobre la ceniza de salamanquesa: envuelta en un paño, en
la mano izquierda, estimula el deseo sexual y las inhibe, si se pasa a la
mano derecha; asimismo estimula la libido un hilo, impregnado con sangre
de murciélago y colocado bajo la cabeza de las mujeres, o la lengua de
oca, tomada en la comida o en brebaje".
En su libro XXXII-139 sigue con lo mismo pero
con distintos componentes, que remedios tenía un montón Plinio: "La
rémora, la piel de la parte izquierda de la frente del hipopótamo,
envuelta en piel de cordero, y la hiel de la tembladera viva aplicada a
los genitales, inhiben el impulso amoroso. Lo aumentan la carne de
caracoles de río preservada en sal y administrada con vino, el comer
erytini, el llevar como amuleto el hígado de rana diopetes o
calamites envuelto en una piel de grulla, o una muela de cocodrilo
atada al antebrazo, o un caballo de mar, o tendones de rana rubeta atados
al brazo derecho", para terminar dándonos el remedio
por el que dejaremos de estar enamorados: "Se acaba con el amor
llevando colgada del cuello una rana rubeta envuelta en una piel fresca de
oveja".
Y ahora llegamos al verdadero remedio contra la impotencia, el elixir sexual por excelencia, el Viagra de los romanos, el remedio rotundo para muchos hombres y que parece ser tiene algo de veracidad; me refiero a un producto que se obtenía del escinco, un reptil procedente del Nilo, y del que dice que es más pequeño que la mangosta y que en ciertas partes del libro lo confunde con el cocodrilo terrestre. Sobre este animal, el escinco, habla en varios lugares de sus libros y le da mucha importancia por lo benefactora que es su carne en otros muchos remedios fuera del terreno sexual, por ejemplo contra los venenos. Cuenta que era importando a Roma conservados en sal y en su libro XXVIII-119 nos da la fórmula para su preparación y comercialización en pastillas: "Su hocico y patas bebidos en vino blanco son afrodisíacos, especialmente con satirión (un tipo de orquídea 'orchismorio L.' o una bulbosa 'Fritillaria graeca L.') y semilla de jaramago, mezclando una dracma de cada ingrediente con dos de pimienta; las pastillas así obtenidas, de una dracma cada una, deben de ser bebidas". Continúa en el mismo libro, apartado siguiente, con otra fórmula, mejor aún que la anterior, si se prepara tomando la carne de los flancos en la proporción de dos óbolos, con igual medida de mirra y pimienta y se bebe. Terminar diciendo que el jugo del animal, cocido y tomado con miel, inhibe el deseo sexual.
Claro está que después de todas estas
recomendaciones, y a falta de anticonceptivos, lo normal era que la mujer
se quedara embarazada o por mala suerte se pillara alguna que otra
enfermedad de esas llamada venéreas, para lo cual tenía también remedios,
algunos muy ingeniosos.
Para aquellos que insistían en el coito y
tenían deseos de ser padres sin conseguirlo proponía los siguientes
remedios, téngase en cuenta que todavía no estaba inventada la fecundación
'in vitro': Libro XXVIII-97. "La
esterilidad femenina se corregirá comiendo un ojo de hiena con regaliz y
eneldo: está garantizada la concepción en un plazo de tres días".
En su libro XXX-142 dice: "Hacen que se queden embarazadas las
mujeres, en contra de su voluntad, las crines de cola de mula, si se
arrancan durante la monta y se anudan en el transcurso del coito humano".
En este mismo apartado, dando por hecho el embarazo, da la fórmula para
que no se aborte de la siguiente forma: "Las friegas con ceniza
de ibis y grasa de oca y aceite de iris mantienen el feto en el útero; por
el contrario, dicen que se inhibe el deseo sexual con los testículos de un
gallo de pelea frotados con grasa de oca y colgados como amuleto en una
piel de carnero; igual que con los de cualquier clase de gallo, si se
colocan debajo del lecho con la sangre del animal".
También el el libro XXX-124 da este consejo: "La ceniza de
erizos, ungida con aceite, protege el parto contra los abortos".
El parto, ese momento doloroso y feliz de las
mujeres, se atenúa con recetas como esta, incluída en el libro XXX-124: "Dan
a luz más fácilmente las que han bebido excrementos de oca en dos ciatos
de agua o las secreciones que fluyen de la matriz de la comadreja por la
vulva"
De todos es sabido la degradación de los
pechos de las mujeres tras el parto y el amamantamiento de los hijos y
como es lógico también Plinio nos da remedios, como el que se puede leer
en su libro XXX-124: "Los
excrementos de ratón, diluidos en agua de lluvia, restablecen las mamas de
las mujeres, hinchadas después del parto". Y hablando
de tetas nada mejor que lo contenido en el libro XXX-131 donde dice: "Después
del parto protege las mamas la grasa de oca, con aceite de rosas y tela de
araña. Los frigios y los licaones descubrieron que la grasa de
avutarda resulta útil para las mamas dañadas por el puerperio",
para continuar más adelante con estas recomendaciones: "La
ceniza de cáscara de huevo de perdiz, mezclada con cadmía y cera, conserva
los senos firmes. También, según se cree, trazando tres círculos alrededor
de ellos con huevo de perdiz no se caen y, si se sorbe el contenido de los
huevos, favorece la fecundidad y hasta la abundancia de leche; si se
frotan las mamas con grasa de oca disminuyen los dolores y se desprenden
las molas del útero; calma el picor vulvar, si se aplica en un linimento con un
chinche triturado".
A
las que padecían sofocación histérica (entonces se
atribuía a una afección uterina) se les aplicaba
cucarachas en linimento.
Para terminar, porque pienso dejar aquí este estudio ya que Plinio tiene cientos de consejos relacionados con el sexo, daré un pequeño repaso a los medicamentos destinados a calmar las infecciones de los genitales, por si lo necesita tras la lectura de estas recetas y que a mi me dejaron tan perplejo en muchos de sus pasajes.
Habla de un compuesto, que bien podría
manufacturarse de nuevo, llamado esipo, que se obtenía tras la
cocción a fuego lento, en caldero de cobre, de la mugre y la grasa
de lana de oveja. La grasa que flota o nada en la superficie del caldero
es muy rica en lanilina, estearina y oleína, la cual se lavaba en agua
fría y se colaba por un paño y después se guardaba dentro de una cajita de
estaño. Esta grasa mezclada con otra de oca se utilizaba para curar las
úlceras de los ojos, las de la boca y los genitales, independientemente de
remediar las inflamaciones de la matriz, las fisuras anales y los
condilomas (excrescencia similar
a una verruga, en particular en la zona genital o anal) si
se mezclaba con meliloto y mantequilla.
Otra utilidad que tenían los vellones de
oveja, una vez limpios, era el aplicarlos directamente, añadiéndole
azufre, a la zona afectada por dolores internos y su ceniza estaba
recomendada para las dolencias genitales (Libro XXIX-37 y 38).
Para saber más sobre el sexo en la dieta puede
visitar estos artículo también en nuestra revista:
La cocina afrodisíaca y
Gastronomía afrodisíaca peruana.
Una
vez terminado este estudio me di cuenta que faltaba alguna anotación sobre
los anticonceptivos y, dos días después de haberlo escrito, lo sumo a este
recetario dedicado a la sexualidad romana para que el lector tenga una
idea global del mundo amoroso de hace 2.000 años.
En
su libro XXIX-85 nos enseña Plinio, no sin cierta reserva, ya que las
mujeres estaban destinadas a la procreación, salvo las dedicadas a la
prostitución, el método, según él infalible, para que la preñez no sea
obstáculo dentro del matrimonio y así poder disfrutar libremente del sexo, eso
sí, una vez que la señora de turno estuviera bien cargadas de retoños (a
buenas horas Mangas Verdes, como se dice en España).
En
este apartado habla sobre un tipo de arañas en concreto la llamada 'phalangion'
por los griegos, tambien conocidas con el nombre de 'lobo'; este tipo de araña le lleva a
otra, una tercera especie que tiene el mismo nombre y que es
peluda, de cabeza enorme, en cuyo interior, al cortarla, dicen que se
encuentran dos gusanitos. Estos gusanitos atados a las mujeres en una piel
de ciervo antes de la salida del sol hacen que no conciban, haciéndose eco
de un tal Cecilio que lo dejó escrito en sus 'Comentarios' y que
sus efectos duran un año.
Termina justificándose ante tamaña osadía de dar esta fórmula contra la
fertilidad con estas palabras: "Permítasenos mencionar sólo éste entre
todos los métodos anticonceptivos, ya que la fecundidad de algunas
mujeres, cargadas de hijos, necesita de tal indulgencia".
hagan video sobre este tema
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