Se cumplen veinte años desde que en el
Hospital Materno Infantil de Granada se produjo un extraño suceso del
que fueron testigos dos enfermeras: la aparición de un supuesto
fantasma. Pero lo más lo más insólito del caso es que este habitante
venido del Más Allá protagonizó el primer caso de bilocación en un
espectro.
Aunque en el exterior el
calor era asfixiante, dentro del Hospital Materno Infantil de Granada
la elevada temperatura de aquella tarde de julio de 1985 se sobrellevaba
gracias al potente aire acondicionado. La enfermera Elena de Teresa,
cuyo puesto de trabajo habitual se encontraba en el departamento de
Rayos X, estaba por aquellos días en información. La recepción era un
recinto de pequeño tamaño, con una ventana de atención al público y una
puerta lateral para entrada y salida del personal autorizado, que en
ocasiones algunos enfermos y sus familiares usaban para realizar
consultas. Así sucedió aquella tarde. A pesar de que el recibidor se
encontraba casi desierto, un señor vestido de negro y con gesto serio se
asomó bajo el dintel requiriendo la atención de Elena. Dio el nombre de
una enferma recién operada de un tumor y solicitó permiso para
visitarla, alegando ser su marido. La enfermera introdujo el nombre de
la mujer en el ordenador y comprobó que se encontraba en Reanimación.
Antes de que pudiera explicar al hombre cómo subir a la habitación, una
muchacha se acercó a la ventanilla. Su rostro blanco como la cal, su
mirada esquiva y sus brazos caídos a ambos lados del cuerpo la
convertían en una persona un tanto atípica. Con voz trémula preguntó por
la salud de su madre. Al tomar el nombre, Elena se sorprendió al ver
que era el mismo que el que le había dado el señor de negro.
“Familia peleada”, pensó. –La enferma está en
Reanimación –dijo Elena en voz alta para que la oyeran ambos–. Pueden
subir. –¿Cómo que pueden? –respondió el hombre con el ceño fruncido.
“Familia peleada y, además, que no se habla”, volvió a pensar la
enfermera. –Puede usted subir, caballero. Elena le dio a cada uno un
pase y se olvidó de la intrigante anécdota. Por el momento. A los pocos
minutos, la pálida muchacha regresó a la ventanita y solicitó hablar con
el médico que atendía a su madre. Elena llamó a Reanimación, donde le
informaron de que Alicia, la anestesista, estaba en la cafetería. Le
mandó, por lo tanto, un mensaje al busca, y Alicia llamó enseguida.
Cuando Elena le contó que había una joven que quería consultar algo con
respecto a su madre, la anestesista se dirigió hacia la recepción. Una
vez allí, Alicia y la joven subieron juntas a la tercera planta.
Dos figuras idénticas
No habían transcurrido ni quince minutos
cuando una vez más la joven apareció por la ventana de Información,
repitiendo que quería hablar con el médico que atendía a su madre. Algo
extrañada, Elena llamó de nuevo a Reanimación. –Alicia, está aquí la
joven que antes ha preguntando por ti –le informó la enfermera.
–Disculpa, no he podido atenderla porque cuando hemos llegado he tenido
que ir a socorrer a una mujer que estaba de parto por cesárea –respondió
la doctora–. Pero no te preocupes, ahora mismo la informo. La tengo
aquí delante. Elena no podía creer lo que estaba oyendo. –No puedes
tenerla delante –alegó– porque está aquí, en Información. Aunque la
conversación se estaba desarrollando a través de un megáfono abierto, la
muchacha no intervino en ningún momento, cosa extraña dado el trasfondo
del diálogo. –¿Cómo es la “tuya”? –dijo Alicia en tono casi cómico.
Cerca de ella, y divertidas con la charla, se encontraban una auxiliar y
una enfermera, que fueron testigos de la insólita situación. –Tiene el
pelo rubio y rizado. Viste unos pantalones vaqueros y una camisa azul a
cuadros. En el cuello tiene una especie de gargantilla muy llamativa.
Alicia confirmó a Elena que la persona que había delante de ella era
idéntica. Sin saber qué pensar, se le ocurrió una idea para desvelar el
enigma. –Voy a dejar a la chica de arriba en la sala de espera de
Reanimación, que está vacía en este momento. Echaré la llave. Mándame a
la joven de abajo y yo la espero a pie de escalera. Elena le dio el vale
a la misteriosa chica, esta se lo entregó al celador y subió por las
escaleras. Pocos minutos después, Elena recibió una llamada de Alicia.
Aunque había estado esperando un buen rato junto a la escalera de la
tercera planta, allí no había aparecido nadie. –¿Y la joven de arriba?
–preguntó Elena. –Ha desaparecido de la sala. Y la llave estaba echada
–dijo Alicia. Aquello fue la gota que colmó el vaso del desconcierto.
Asustadas, llamaron al celador, quien recordaba perfectamente los rasgos
de la muchacha. Los tres recorrieron el hospital desde la séptima
planta hasta el sótano en busca del enigmático personaje. Por más
vueltas que dieron, la chica no apareció.
Terrible experiencia
Pasaron los días y aquella señora enferma
recientemente operada fue dada de alta en Reanimación y enviada a
planta. Aunque no era frecuente que la anestesista acompañase a los
enfermos a la habitación, Alicia lo hizo en aquel caso, picada por la
curiosidad de lo sucedido con su supuesta hija. Nada más llegar, la
mujer fue recibida por su marido y su hijo, que ya estaban en la
habitación. En la mesita de noche, una fotografía de aquella muchacha
adornaba la espartana sala. –¿Quién es la chica? –preguntó Alicia como
quien no quiere la cosa. –Es mi hija –respondió la enferma con un
suspiro. –Pues menuda broma nos gastó el otro día… –comentó Alicia. De
pronto, el marido y el hijo se abalanzaron sobre Alicia y la echaron
casi a empujones de la habitación. En ambos se apreciaba una repentina
violencia. –No vuelva a bromear con eso delante de mi madre –dijo el
joven, casi sin aliento–. Mi hermana murió hace dos años en un
accidente. Fue tal la dureza de la experiencia que Alicia estuvo de baja
durante algún tiempo, presa de una profunda depresión.
20 años después
En un reciente encuentro con una de las
protagonistas de la historia, Elena de Teresa, esta me ofreció algunos
datos interesantes, de esos que afloran con el prisma del paso del
tiempo. Habían transcurrido dos décadas desde el insólito encuentro y
aún lo recordaba como si fuera ayer. Aunque Elena es una mujer que suele
mirar a los ojos cuando habla, le fue imposible hacerlo con aquella
joven, que parecía rehuirle la mirada en todo momento. Le llamó la
atención también que no hiciera gestos ni movimientos. Estaba totalmente
estática, en ningún momento movió los brazos, caídos a ambos lados del
cuerpo. También le resultó muy extraño que siempre que la joven pasaba
por el hall este estuviera casi desierto, con la única presencia del
celador. ¿Fruto de la casualidad? Pero se produjeron más anomalías
relacionadas con este caso. Por un lado, cuando tiempo más tarde el
investigador navarro Juan José Benítez intentó acceder al expediente de
la enferma, este había desaparecido como por arte de magia. Por más que
los empleados y la propia dirección del hospital intentaron localizarlo,
nunca apareció. Tampoco la enferma regresó a la unidad para continuar
su tratamiento o para realizarse nuevas pruebas, como habría sido lo
normal. No se supo más de ella. Por lo tanto, todos los esfuerzos por
localizarla y dar respuesta al misterio fueron en vano. Además, Elena de
Teresa, tras enterarse de la terrible experiencia por la que pasó
Alicia en la habitación de aquella mujer recién salida de Reanimación,
experimentó un suceso inexplicable: su casa estuvo oliendo a gasolina
durante un mes. No logró encontrar el origen de aquel pestilente olor.
Después, todo volvió a la normalidad.
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