EL EJÉRCITO TENEBROSO
Uno de los placeres más agradables en la vida es caminar a
través de un bosque: podemos disfrutar del sutil juego de luz y sombra,
el canto de distintas aves que se mantienen invisibles al ojo humano,
ocasionalmente vistazos de algún que otro animal silvestre… Pero estos
placeres se trocan en aterradores en la oscuridad de la noche. Se
magnifican los sonidos; el romper y pisar una rama en el suelo nos
sacude los sentidos, y el temor de “ser atrapados y devorados” se
convierte en una horrenda realidad.
Y todo ello es culpa de los herthelingi, o lo que es lo mismo “ la
Compañía de los Muertos”, nombrada de esta manera en honor el rey Herla.
Así me lo confesó mi preceptor Walter Map, archidiácono de la catedral
de Oxford:
–Rubén, cuídate de estos seres. Los campesinos están más
que acostumbrados a ver las espeluznantes procesiones nocturnas de
“largas filas de soldados en silencio absoluto” que se abren paso por la
noche, con carromatos de repletos de botín, bestias de carga, caballos
de guerra y hasta barraganas.
Yo tenia conocimiento de su existencia por medio de un manuscrito de
Ordericus Vitalis, un monje de Saint Evroul, en el que cuenta la
historia de un sacerdote que regresaba a su casa después de haber
administrado la extremaunción a un parroquiano. Pudo ver una procesión
de figuras sollozantes que se movían lentamente, guiadas por un
gigantesco guerrero. Detrás de las figuras venían portadores de féretros
y más inquietante aún, mujeres a caballo cuyas sillas de montar
claveteadas brillaban en la oscuridad. El cura, según Ordericus, jamás
había creído en los herlethingi, pero después de haber visto personas en
la comitiva cuyas muertes no estaban en duda, cambió su opinión del
todo.
Debe confesar que había nacido en mí un tremendo deseo de averiguar
más sobre este ejército de las tinieblas y mi mente no hacía si no urdir
la forma de llegar a poder verles directamente y seguidamente huir
antes de que cualquier maldición lanzada por ellos me llegara. Estos
planes se los iba transmitiendo a mis amigos y recuerdo que en una de
las conversaciones que mantuvimos, Efrén me había dicho con voz
preocupada:
—- Mira Rubén, hurtar caballos vivos y otros animales de
la malsana procesión para utilizarles nosotros puede conllevar el
riesgo de una muerte repentina y prematura.
Más la suerte parece que se alió con nosotros, puesto que pasados
unos días, una noche los monjes del monasterio de la colina pasaron
urgente aviso al Regidor de nuestra aldea comunicándole que a lo lejos
habían comenzado a sonar trompetas y llegaba un atronador ruido
producidos por cascos de caballos, lo que confirmaron algunos hombres
dignos de confianza.
De esa manera los vecinos empuñamos las armas preparados a plantar
cara a estos seres tenebrosos. Toda la población deseábamos acabar con
aquella pesadilla costara lo que costase, y así apostados
convenientemente, primeramente oimos rugir al viento entre los árboles
aunque el tiempo estaba calmado, produciéndose a continuación la
aparición fantasmal de perros negros de presa aulladores que escupiendo
fuego descendían del oscuro cielo, lo que dió paso a la visión de los no
muertos sobre caballos blandiendo sables y puñales al tiempo que de sus
gargantas salían desgarradores alaridos.
Pero no contaban con la reacción de los habitantes de la aldea, que
al unísono les lanzaron todo tipo artefactos encendidos que iban
impactando sobre sus cuerpos que rápidamente eran consumidos por la
llamas, y de esa manera la macabra procesión completa se fue
desvaneciendo en el aire.
Posteriormente, la Iglesia se pronunció sobre las procesiones de
este ejército de tinieblas, explicando que éstas “formaban parte del
ciclo de castigo del pecado”, y que estaba compuesta por niños que
murieron sin bautizar, suicidas, las víctimas de homicidio, los
adúlteros y “aquellos que profanaron un ritual religioso o no ayunaron en Cuaresma“.
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