jueves, 27 de septiembre de 2012

GILLES DE RAIS, BAILANDO CON EL DIABLO

Gilles de Rais, bailando con el diablo

 
 En la Francia del siglo XV vivió una terrible y siniestra figura que, tras alcanzar las más altas cotas de poder, se adentró en una vorágine de sangre, locura y muerte cuyas principales víctimas fueron niños de corta edad. Gilles de Rais, mariscal del país galo y lugarteniente de Juana de Arco, forma parte por derecho propio de los anales de la sinrazón humana.

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Quien habría de convertirse en uno de los asesinos en serie más atroces de la historia bajo el sobrenombre de “Barbazul” inspirando relatos como el homónimo de Charles Perrault, parece ser que nació en la Torre Negra del castillo de Champtocé, situado en Bretaña, a la orilla del río Loira, el año 1404. Existen investigadores, sin embargo, que apuntan que llegó al mundo en el castillo de Machecoul. Hijo de Guy II de Laval y Marie de Craon, era el heredero de una de las más importantes familias de Francia, dueña gracias a diversos matrimonios estratégicos de grandes extensiones de tierras e innumerables títulos nobiliarios que contribuirían a su ascensión.

Ruinas del castillo de Champtocé, en cuya torre negra nació Gilles
Ruinas del castillo de Champtocé, en cuya torre negra nació Gilles

Su padre, Guy II de Laval, se casó con Marie de Craon, la hija de uno de sus peores enemigos, Jean, una unión que puso fin a una disputa hereditaria y que hizo que Guy mudara su apellido por el de Rais, ducado que heredó entonces. Su primogénito, Gilles, vino al mundo en otoño de ese mismo año, y dos años después su hermano René de Susset. Los impredecibles caprichos del destino quisieron que los hermanos de Rais quedaran huérfanos cuando contaban pocos años de edad. Durante el transcurso de una cacería, el 28 de septiembre de 1415, por los alrededores de Champtocé, Guy de Rais fue herido de muerte por un jabalí. En medio de su lenta agonía, el joven Gilles de once años no quiso separarse de su padre, observando impasible cómo sus vísceras se le salían del vientre entre borbotones de sangre. Quizá la visión de su progenitor eviscerado quedó grabada a fuego en su perturbada mente, e influyó en su posterior orgía de sangre y muerte.

La adolescencia salvaje

Poco tiempo después fallecía Marie y los huérfanos de Rais pasaban a ser tutelados por su abuelo materno, Jean de Craon, en contra de las últimas voluntades de Guy de Laval, un hombre sombrío y vengativo que adiestraría a los jóvenes en el manejo de las armas y la brutalidad, descuidando su formación. Bajo la tutela del viejo Craon, Gilles desató su furia e indisciplina, haciendo y deshaciendo a su antojo sin que nadie pudiese controlarle, convirtiéndose en un pérfido personaje que se creía, por su estirpe, con derecho casi divino a todo tipo de excesos. A todo ello unía un egocentrismo y narcisismo que sorprendían a sus contemporáneos. No obstante, la figura del abuelo, que hizo de René su favorito, rondaría como un fantasma la existencia de Gilles, temiéndole por encima de todo.
En la fastuosa biblioteca de la casa Craon el temeroso joven descubrió una obra que le marcaría para siempre: La vida de los doce Césares, de Suetonio. Las bacanales, excesos y orgías de sangre de personajes como Tiberio, Calígula o Nerón le ofrecieron un modelo a imitar que él llevaría al extremo de la perversión. Cuando contaba con 14 años de edad, fue proclamado caballero, y comenzó a adiestrarse de manera cada vez más exhaustiva en el arte militar. Cansado de practicar la esgrima y otros ejercicios con muñecos fabricados al efecto, decidió retar a un joven a su servicio, Antoine, a una lucha cuerpo a cuerpo con dagas. La habilidad de Gilles hizo que el joven cayera en poco tiempo inerte al suelo, mientras se desangraba a causa de un profundo tajo en su desnudo cuello. La visión de la sangre volvió a fascinar a Gilles, que observó la agonía del muchacho sin pedir auxilio y que salió indemne de aquél lance gracias a la influencia de su abuelo, que pagó una miserable suma a la familia del malogrado chico.

La guerra y la Doncella de Orleáns

Frío y calculador, Jean de Craon, que pretendía aumentar la influencia y las tierras de la familia, decidió que su sobrino mayor tomara en matrimonio a una gran dama de la nobleza, Catherine de Thouars, tras varios intentos desafortunados con otras aspirantes. Ante la negativa del padre, Jean decidió raptar a Catherine y casarla en secreto con Gilles. Cuando algunos de sus familiares se presentaron en Champtocé para rescatarla, el viejo sátrapa los redujo y los encerró en las mazmorras, causando la muerte de uno de ellos, tío de la muchacha, por inanición.
Escudo con el emblema de Gilles de Rais
Escudo con el emblema de Gilles de Rais

No obstante, a Gilles parece ser que no le atraían en absoluto las mujeres, y algunos autores señalan que durante su adolescencia mantuvo relaciones homosexuales con diversos jóvenes, entre ellos con su primo Roger de Bricqueville, compañero de sus futuras sangrías. Nueve años habría de esperar la pareja para que naciera su única hija, Marie, en 1429.
Pero aún faltaba mucho para aquello y tiempo antes del accidentado enlace, cuando contaba con dieciséis primaveras, el joven Gilles vio cumplido su ansiado sueño: su bautismo de fuego en el campo de batalla. En medio de la terrible guerra de los Cien Años que enfrentó a Inglaterra y Francia, el duque de Bretaña fue capturado y encerrado en el castillo de Chantoceau. Presto se aventuró Gilles al frente de un pequeño ejército hacia la fortaleza, rindiendo la plaza y liberando a su señor, lo que le granjeó una gran fama entre los franceses por su valentía y ferocidad contra el enemigo, nombrándole el duque uno de sus lugartenientes.

Retrato que representa a Gilles de Rais
Retrato que representa a Gilles

En 1424, cuando cumplió los 20 años, fue reconocido mayor de edad y no tardó en reivindicar sus derechos sobre el patrimonio familiar, con la consiguiente animadversión de su abuelo. Obsesionado con la guerra, empleó una gran cantidad de dinero en levar soldados y contratar mercenarios que le acompañasen en sus escaramuzas militares para labrarse un nombre, consiguiendo varias victorias frente a los ingleses al servicio del delfín Carlos, al que apoyaba frente a Enrique V de Inglaterra, que reclamaba el trono galo.
Fue pocos años después, en 1429, cuando comenzó a alcanzar notoriedad en Francia una joven doncella que decía escuchar voces divinas, Juana de Arco. Al parecer, esas voces pertenecían a las santas Catalina y Margarita, que le tenían reservada una importantes misión. Más tarde afirmaría haber visto al arcángel San Miguel acompañado de una cohorte de ángeles del cielo, quien la instó a que se pusiera al frente de un ejército y liberase Orleans de manos inglesas.
Tras no pocas vicisitudes la joven Juana logró convencer al delfín Carlos en Chinon de ponerla al frente de sus tropas, no sin antes ser sometida a los dictados de un tribunal inquisitorial que sentenció a su favor. Gilles de Rais, fascinado por la presencia beatífica de Juana, quedó prendado de la joven y se entregó a su causa en cuerpo y alma, convirtiéndose en su protector. Las victorias, ante la incredulidad de unos y la pasión desaforada de otros, no tardarían en llegar, y Juana de Arco logró la gran gesta de rendir Orleans y entregársela al delfín de Francia.

Carlos VII, rey de Francia gracias a la gesta de Juana de Arco
Carlos VII, rey de Francia gracias a la gesta de Juana de Arco

Tras varias batallas decisivas, en las que la Doncella de Orleans estuvo a punto de perder la vida, ésta logró su objetivo: entrar en Reims acompañando al delfínpara ser consagrado y coronado como Carlos VII. Por su parte, Gilles de Rais fue nombrado mariscal de Francia, el personaje más importante del país después del rey. Sin embargo, y como es harto conocido por todos, Juana de Arco comenzó a ser un personaje incómodo para el nuevo rey y al final el hombre que debía su corona a la campesina de Domrémy la dejó abandonada a su suerte ante los borgoñeses, al servicio de Inglaterra. Gilles de Rais, que no sabía lo que era la compasión y el amor hasta que conoció a la santa, conminó Carlos VII a ayudarle a rescatarla, a lo que se negó el monarca galo. Gilles, perplejo ante la cobardía de su señor, increpó a éste en voz alta con unas palabras que, aunque puede que apócrifas, ya forman parte de la historia: “¿Quién es este rey que niega a su salvadora la posibilidad de ser recuperada de manos inglesas?; Sólo sois un miserable bastardo que se sirvió de la pureza demostrada por la doncella para alcanzar sus fines. ¡Os desprecio!”. Tras ello, arrancó sus emblemas y partió raudo hacia el castillo de Rouen, en Normandía, donde estaba internada la doncella.
Finalmente, Juana de Arco sería juzgada en un juicio sumarísimo en el que demostró una gran entereza, para ser acusada finalmente –tras firmar una declaración de culpabilidad con la esperanza de recibir un mejor trato de sus carceleros– herejía, apostasía e idolatría. Su castigo: ser quemada en la hoguera. Existen versiones contradictorias sobre el papel de Rais a la hora de intentar salvar a su “amada”. Algunos investigadores afirman que no llegó a tiempo, sin embargo, pasaron varios meses hasta que Juana fue reducida a cenizas y Gilles no hizo acto de presencia en Rouen. Sea como fuere, la versión más extendida afirma que el temible mariscal llegó ante el cadalso con el cuerpo ya calcinado de su admirada dama, y aquella fue la visión que quizá acabó enajenándole por completo.

Juana de Arco en la hoguera, en La Plaza del Viejo Mercado en Rouen
Juana de Arco en la hoguera, en La Plaza del Viejo Mercado en Rouen

Viaje a las profundidades del averno

Tras la ejecución de Juana, el 30 de mayo de 1431, Gilles de Rais se retiró a sus dominios y se entregó a una orgía de sangre que no tuvo parangón hasta su muerte. El 15 de noviembre de 1432 falleció su abuelo, la única persona capaz de controlar sus impulsos homicidas. A partir de entonces el mariscal se entregó por completo a sus depravados deseos.
Aunque en el posterior juicio contra su persona se descubriría que Gilles había cometido ya varios crímenes con anterioridad a 1431, fue tras aquella fatídica fecha cuando dio rienda suelta a su sadismo. Rodeado de una camarilla de fieles –y quizá atemorizados– servidores, se dedicó por entero a raptar a niños y niñas de corta edad –de entre 8 y 12 años normalmente– a los que vejó y arrebató la vida de forma salvaje. Fieles al señor de Laval fueron sus primos Roger de Bricqueville –su ayudante más fiel– y Gilles de Sillé, quien asumió en un comienzo el secuestro de los niños y niñas que servirían para los denigrantes festejos de su amo. En un segundo grupo se encontraban Henriet Griart y Étienne Corillaut –Poitou–, que habían entrado al servicio de Gilles como criados cuando aún era un adolescente, y la siniestra Perrine Martin, alias “La Meffraye”, una despiadada mujer que secuestró a no pocos inocentes para obtener el favor de su señor.

Instrumentos de tortura
Instrumentos de tortura

Durante aquellos años de penumbra, el señor de Rais dilapidó su fortuna en constantes festejos y orgías que nada tenían que envidiar a las de sus emulados emperadores romanos. En 1434, como homenaje a su inolvidable Doncella de Orleans, realizó el montaje teatral más espectacular que había contemplado Europa hasta entonces: El misterio del sitio de Orleans, que se estrenó en dicha ciudad en primavera de 1435. Fue el último gesto honorable de su vida.
La mayoría de sus crímenes los cometió Gilles de Rais en los castillos de Tiffauges, Champtocé –donde comenzó su carrera criminal–, Machecoul y en la casa de la Suze, en Nantes, entre 1432 y 1437. Se estima que a lo largo de una década desaparecieron en la región dominada por el varón de Laval alrededor de mil niños y niñas, de los que una buena parte sin duda fueron víctimas del todopoderoso mariscal. No existen cifras exactas sobre el número de crímenes que cometió, aunque en el sumario del juicio contra su persona se contabilizaron unos jsdf crímenes. Parece ser que su primera víctima –si exceptuamos a Antoine– fue un aprendiz de curtidor de 12 años, que fue engañado por Guillaume de Sillé.

Ruinas del castillo de Tiffauges, perteneciente a Gilles
Ruinas del castillo de Tiffauges, perteneciente a Gilles

El grupo de lacayos raptaba a niños unas veces con engaños a sus padres –entrar a servir a un gran señor en tiempos de guerra y hambruna era un privilegio–, y otras simplemente haciendo uso de la fuerza. Una vez en el castillo, los criados vestían al pequeño con ropajes de lujo, prometiéndole todo tipo de regalos si se portaba bien, invitándole al banquete y dándole de beber, según recoge el sumario, vino con especias. Gilles se excitaba viendo cómo sus sirvientes abusaban sexualmente del pequeño o pequeña, y frotaba posteriormente su sexo contra ellos, violando a los pequeños. Cuando éstos gimoteaban o chillaban ordenaba colgarlos del cuello, para acallarlos y violarlos en esta terrible postura. A continuación solía rajar su vientre y eyacular, excitado únicamente ante la visión de sus vísceras en el suelo de la estancia. En otras ocasiones se sentaba sobre el pecho de los inocentes muchachos tras cortarles el cuello, para disfrutar de su agonía mientras se desangraban. Sólo la visión de su sufrimiento, la sangre y la muerte lograban excitar al despiadado mariscal.
Después de realizar su brutal carnicería, Gilles ordenaba a sus sirvientes que metieran los cadáveres en sacos e hicieran desaparecer los restos. Montones de cráneos y huesos se amontonaban en los calabozos de sus propiedades en medio de un olor pestilente sólo comparable al del castillo de Csejte, donde la siniestra condesa húngara Elizabeth Bathory, un siglo después, se entregó a una carnicería igual o más brutal que la del egregio francés.

Satanismo y experimentos alquímicos

La orgía de sangre adquirió tintes satánicos cuando Gilles hizo venir de Florencia en 1437 a un alquimista a instancias del corrupto sacerdote Eustache Blanchet, quien probablemente desconocía los crímenes del mariscal. El iniciado era un joven de 22 años, de nombre Francesco Prelati, quien convenció a De Rais de la necesidad de realizar experimentos alquímicos para obtener la tan ansiada transmutación de los metales que devolviera la riqueza perdida al señor de Laval, construyendo laboratorios dedicados expresamente a ello. Fue entonces cuando entró en juego un demonio de nombre Barron quien, según Prelati, le otorgaría un gran poder si realizaba sacrificios en su nombre –algo que el italiano desmentiría en el proceso–. Al parecer lo habían invocado en el gran salón del castillo de Tiffauges, dibujando un gran círculo de cinco puntas en el suelo y adfjasf conjuros recogidos en un gran volumen con páginas escritas en rojo. Fue entonces cuando Gilles realizó el obligado “pacto con el Diablo” que le otorgaría el poder absoluto. No fue la única vez que De Rais bailó con el maligno, pues en una ocasión Blanchet le había presentado a un nigromante, de nombre Rivière que, armado con un escudo y una espada, llevó al grupo a un claro del bosque con intención de ir en busca de Satán. Fue una estratagema por la que el antaño glorioso militar perdió una suculenta cantidad de dinero.
Al parecer, en la ceremonia orquestada por Prelati, el demoníaco Barron no hizo acto de presencia, aunque una terrible tormenta se abatió sobre Tiffauges; el mago italiano le dijo entonces al mariscal, quizá ignorando sus terribles crímenes, que debía ofrecerle al escurridizo ser el corazón, los ojos y los órganos sexuales de un niño. Ni harto ni perezoso el señor de Laval así lo hizo. A la brutalidad de sus asesinatos seguían periodos de doloroso arrepentimiento, donde Gilles simulaba hacer actos de auténtica contricción cristiana, que le llevaron incluso a fundar, en un ejercicio de cinismo sin límites, una residencia de acogida para niños huérfanos en sus dominios al que dio el nombre de “Los Santos Inocentes”. Inocentes a los que no dudaba en masacrar cuando caía la noche…
Mientras tanto, Gilles de Rais perdía cada vez más propiedades, que compraba el duque de Bretaña, y tanto su hermano René como su esposa e hija, a las que no veía desde hacía años, hicieron un llamamiento incluso al rey para que le impidiese derrochar en su totalidad la hacienda familiar. Nada podía hacer el varón por salvar su alma, ni sus riquezas…

Elizabeth Bathory, la "Condesa de Hierro", otra de las grandes asesinas en serie de la Historia
Elizabeth Bathory, la "Condesa de Hierro", otra de las grandes asesinas en serie de la Historia
Juicio, arrepentimiento y derrota

Debido a su importancia entre la alta nobleza francesa Gilles de Rais pudo disfrutar durante años de impunidad para cometer sus atrocidades, pero una carrera criminal de tal envergadura no podía sino acabar despertando las sospechas de las autoridades. El obispo de Nantes, Jean de Malestroit, comenzó a recopilar múltiples testimonios y denuncias sobre las actividades del mariscal, extrañado por las desapariciones de tantos y tantos jóvenes. Cometió un error fatal cuando, completamente alcoholizado y arruinado, se enfrentó a Guillaume Le Ferron, al servicio del duque de Bretaña, osando incluso encerrar al hermano de Guillaume, Jean, que era sacerdote, en su castillo. Había cometido un delito civil y otro eclesiástico, y fue la oportunidad de Malestroit de detenerle y llevarlo a juicio. Pero Gilles llegó más allá, encerrando al sargento mayor de Bretaña, Jean Rousseau, cuando fue en calidad de mensajero del duque Juan V. Finalmente optó por soltar a los prisioneros, pero Juan V ordenó a su canciller, Pierre de l´Hospital, que continuara con las pesquisas iniciadas por el obispo de Nantes.
Más inteligentes que su señor, cuando se supieron en peligro, los primos del mariscal, Roger y Sillé, decidieron huir, sin que se volviera a saber nada nunca más de ellos. Mientras tanto, De Rais se entregó de forma compulsiva a la bebida, mostrando síntomas de una demencia que no tardaría en causar estragos en su mente. Confirmadas las sospechas, el 13 de septiembre de 1440 una compañía de soldados enviada por el duque de Bretaña, al mando del capitán Jean l´Abbé y del delegado episcopal Robin Guillaument, se personó ante el castillo de Tiffauges para apresar a Gilles de Rais, acusado del triple delito de asesinato, hechicería y sodomía. Su suerte estaba echada.
Primero se desarrolló el proceso eclesiástico, cuyo tribunal estaba presidido por el obispo de Nantes. Gilles compareció ante los jueces el 19 de septiembre de 1440 y la acusación formal contra él se componía de cuarenta y nueve actas redactadas por el fiscal público Guillaume Chapeillon, licenciado en derecho por la Universidad de la Sorbona. Tras declarar los imputados, Perrine Martin –quien se suicidó antes de subir al cadalso–, Griart y Poitou, confesando las terribles atrocidades cometidas con los infantes, le llegó el turno al terrible mariscal del infierno. En un principio se negó a confesar, pero tras ser excomulgado –algo que le atormentaba sobremanera– decidió confesar de sus horrendos crímenes. Tras el proceso eclesiástico vendría el civil; De Rais fue condenado a morir en la horca, no sin antes ser acogido de nuevo en la Iglesia católica, debido a su “sincero” arrepentimiento. Henriet y Poitou, por su parte, corrieron la misma suerte que su señor, pero mientras éste pudo ser enterrado en suelo cristiano, en el monasterio del Carmelo en Nantes, las cenizas de estos dos últimos fueron arrojados al río Loira. Eustache Blanchet fue desterrado y obligado a pagar una multa de trescientas coronas de oro, mientras que Francesco Prelati fue condenado a cadena perpetua en una cárcel eclesiástica y a someterse a severos castigos físicos, además de ser alimentado únicamente a pan y agua.

Rais pagaría sus crímenes con la muerte
Rais pagaría sus crímenes con la muerte

Como ejemplo de la locura homicida de Gilles de Rais, quedaron para la historia de la infamia 
las palabras de su secuaz Henriet Griart: “Algunas veces el Sire de Rais cortaba las cabezas de sus víctimas, otras veces cortaba las gargantas, otras veces los descuartizaba, otras les quebraba el cuello con un palo que torcía en forma de bufanda. Mi señor de Rais decía que sentía más placer al asesinar a esos niños, al ver sus cabezas y miembros separados de sus cuerpos y al verlos morir y ver correr su sangre que al trabar conocimiento carnal con ellos. Mi señor experimentaba a menudo placer mirando las cabezas que se habían separado de los cuerpos y alzándolas en sus manos para que yo o Poitou las viéramos […]. A continuación besaba la cabeza que a él le gustaba más y esto parecía proporcionarle un inmenso placer”.

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