«Una noche en el Palacio de Linares»
por Santiago Vázquez
El 29 de mayo de 1990 nos despertábamos con la
noticia: “Hay fantasmas en el palacio de Linares”. Los informativos
matinales de todas las emisoras de radio emitían unas supuestas
psicofonías grabadas en el interior del inmueble.
“Mi hija Raimunda, nunca, nunca, oí decir mamá”,
“Mamá, mamá, yo no tengo mamá, mamá” o “Fuera, fuera” eran algunos de
los contenidos de las “sorprendentes” grabaciones.
De inmediato, la antigua leyenda del edificio
parecía cobrar vida de nuevo. Fuimos varios los investigadores que
decidimos solicitar permiso al Ayuntamiento de Madrid para comprobar si
los fenómenos referidos eran auténticos o, por el contrario, un burdo
montaje.
Antes de dar paso a la exposición de nuestra investigación y vivencias en tan misterioso lugar, es preciso que hagamos un poco de historia.
En 1872 el primer marqués de Linares,
José de Murga, adquiere el solar donde se construye el palacio. El
marqués se casa con Raimunda Osorio y Ortega, en realidad su hermana.
Años atrás, hacia 1830, el padre de José y patriarca de la saga, Mateo
de Murga, había mantenido una apasionada relación con una bella
cigarrera. Fruto de este amor nació en secreto Raimunda.
Quiso el destino que los dos hermanos se
conocieran y enamoraran. Enterado don Mateo de los sentimientos de su
hijo José hacia su hija ilegítima, decide enviar a éste a Londres con
el fin de abortar un posible matrimonio. Sus esfuerzos fueron inútiles.
José regresó a Madrid y se consumó el casamiento.
Fallecido ya el padre del marqués, los cónyuges
se enteran de su verdadera condición de hermanos a través –según la
opinión de la mayor parte de los estudiosos- de una carta dejada por
éste a su hijo. Es aquí cuando empieza la tragedia de los marqueses de
Linares y su triste vida en el interior del palacio, y la leyenda que,
todavía hoy, no se ha logrado esclarecer por completo.
Se cree que el Papa León XIII concedió al
incestuoso matrimonio una bula que les permitió vivir bajo el mismo
techo pero en castidad, aunque hasta el momento no se ha encontrado
certificación expresa del documento papal. Lo cierto es que ambos, José
de Murga y Raimunda Osorio, declararon en su testamento no tener hijos
ni posibilidad de tenerlos.
¿Qué ocurrió entonces con su enorme herencia?
Es en este punto donde aparece la figura, casi espectral, de la niña
Raimunda. ¿Quién era? Oficialmente fue la hija de Federico Avecilla,
administrador principal del marqués. Avecilla llamó Raimunda a su hija,
de la que no se sabe si fue legítima o bastarda.
Lo que sorprende es que la niña fue declarada
“heredera universal” del título y fortuna de los marqueses de Linares.
Cabe preguntarse si fue, en realidad, fruto del matrimonio incestuoso y
ocultada tras conocerse la auténtica condición de sus padres. Algunos
estudiosos afirman que Raimundita fue enviada entonces a un hospicio
para encubrir el escándalo y que regresaba al palacio con frecuencia,
siempre alejada de sus moradores en dependencias aisladas para ver a
sus padres.
Y dejo ahora una pregunta en el aire: Si
los marqueses no tuvieron una hija, ¿con qué fin ordenó el marqués
construir una casa de muñecas en el jardín de la lujosa mansión?
El mes de mayo de 1990 llegaba a su fin. Unas “inéditas”
psicofonías habían logrado que los investigadores de lo paranormal
centráramos nuestra atención en este inquietante edificio enclavado en
la Plaza de la Cibeles en Madrid. Las psicofonías, todo hay que
decirlo, parecían no ser auténticas. Pero la leyenda de “casa
encantada” del palacio, que databa de las primeras décadas del siglo,
nos impulsó a investigar in situ los fenómenos paranormales que, según
se comentaba, ocurrían en su interior.Tras solicitar el permiso correspondiente a don Enrique Villoria, Concejal de Obras e Infraestructuras del Ayuntamiento de Madrid, se nos concedió visitar el lugar y realizar las investigaciones pertinentes.
Tras la muerte de José de Murga –primer marqués de Linares- lo adquirió la familia Villapadierna. Después de la Guerra Civil fue alquilado por la compañía naviera Transmediterránea, quien se lo vendió a la Confederación de Cajas de Ahorros. La empresa Teseo, S.A. adquirió también la mansión. Finalmente el empresario Emiliano Revilla lo compró y éste lo vendió al Ayuntamiento de Madrid para inaugurar finalmente la Casa de América.
Curiosamente, a pesar de haber pasado por varias manos, nadie ha vivido allí jamás desde la muerte de los marqueses a principios del siglo XX. Nosotros, tras casi nueve décadas, nos encontrábamos ante el escenario de los hechos, junto a los sillones, tocadores, mesas y cuadros que acompañaron a sus moradores.
El palacio estaba completamente a oscuras. Nuestra única iluminación eran nuestras linternas y las de los vigilantes que nos acompañaban. Llegados a la segunda planta del edificio, decidimos instalar en algún punto nuestra “base” con el fin de comenzar la investigación.
En todo el inmueble se encontraban: un equipo de la Cadena SER, el grupo de investigación Unidad Cero, unos redactores de Onda Madrid y nosotros.
Estábamos embebidos en tanto asombro, cuando uno de nosotros propuso entonces subir a la azotea. Fue cuando vivimos nuestro primer fenómeno paranormal dentro del palacio. Pasaban algunos minutos de las doce de la noche. Subíamos a la última planta a través de una estrecha escalera de servicio de madera, los cuatro, uno detrás del otro.
Para que no surgiera la histeria colectiva, nos tranquilizamos mutuamente y fuimos subiendo los escalones, alumbrados por nuestros mecheros, pero la experiencia no acabó ahí. Tardamos en llegar dos minutos y, al alcanzar la azotea y salir al exterior, la linterna se encendió de nuevo.
¿Explicación? Ninguna causa natural provocó ninguno de los dos fenómenos. Ni la termogénesis, que es un cambio brusco de temperatura y que se da con frecuencia en las “casas encantadas”, a veces en forma de corrientes o soplos de aire fríos, ni la fuga de luz en nuestra linterna, tuvieron un origen natural. Faltaban unos días para iniciarse el verano, hacía calor y no había corrientes de aire y, mucho menos, frío.
Nos quedamos petrificados.
Caminábamos por el corredor principal de la segunda planta. Pedro Esteban y Fernando Vázquez iban delante. Enrique Muro y yo les seguíamos. Andábamos pausadamente, sin hacer ruido, casi sin musitar palabra alguna.
De repente, al igual que ocurriera con el llanto, surgieron unos tétricos y desconcertantes sonidos musicales, como de órgano antiguo. De nuevo, el grupo se paró. ¿Lo habéis oído? –pregunté. Nos quedamos unos segundos intentando adivinar de dónde venían aquellos acordes.
Fue inútil. La música se desvaneció en unos instantes... ¿Un órgano en el palacio de Linares? He recogido con el paso del tiempo más testimonios de personas que han visitado o trabajado en el lugar y que han vivido la misma experiencia. También éste es un fenómeno relativamente frecuente en las “casas encantadas”. Los acordes quedaron igualmente recogidos en una de nuestras grabaciones psicofónicas.
La cuarta experiencia vivida en este inquietante edificio vino ya avanzada la madrugada, hacia las 4:20 horas. Nuestro grupo se encontraba en la tercera planta. Habíamos dejado un micrófono sobre lo que, en su día, fue el tocador de la marquesa, en la segunda planta. Alguien tenía que bajar a recoger el material y me ofrecí voluntario. Bajé las escaleras y enfilé el corredor principal en dirección a los aposentos de la marquesa. Una linterna era mi única compañera.
De súbito comencé a oír, a escasos metros de mí, los jadeos lastimeros de una mujer, el llanto de una mujer que gemía y gemía con gran angustia. Entonces me paré en seco y alumbré con la linterna frente a mí: no había nadie. Me tuve que armar de valor y no dejarme vencer por el miedo. Mantuve la calma, gracias a Dios. Seguí caminando por la galería y aquel gimoteo no cesaba, iba delante de mí, a escasos metros.
Aquel llanto femenino era perfectamente audible, cercanísimo, y nada tenía que ver con el escuchado por todo el grupo hacia la 1 de la madrugada, que se escuchó algo más lejano. Un nuevo fenómeno sucedió entonces: empezaron a percibirse, a unos metros delante de mí, una sucesión de pasos acelerados. A juzgar por el sonido eran zapatos de tacón. Alguien caminaba a unos metros de mí pero yo no veía a nadie. Entré en la estancia donde se encontraba la grabadora, la cogí entre mis manos y velozmente, presa del desconcierto ante lo vivido, me reuní con mis compañeros y les referí lo ocurrido. ¿Qué había sucedido? A esas horas ya no quedaba nadie en todo el palacio, excepto los dos vigilantes que se encontraban en su puesto junto a dos preciosos pastores alemanes. ¿Gemidos? ¿Jadeos? ¿Llantos? ¿Taconeos? ¿Pero qué sucedía en ese lugar? Todavía hoy lo desconozco. Sólo puedo certificar la veracidad y autenticidad de los hechos que estoy refiriendo.
En nuestra estancia en la mansión realizamos diversas pruebas: un barrido fotográfico de todas las estancias y galerías, múltiples grabaciones en cinta magnetofónica para obtención de psicofonías, filmación en dos cámaras de video simultáneas, etc.
En lo referente a las psicofonías obtenidas aquella madrugada, los resultados fueron interesantes. A las 23:22 horas efectuamos una primera prueba en el palomar, donde se decía que encerraban a la niña Raimunda cuando venía del hospicio. Obtuvimos una voz resonante que dice: “Raimunda”, y un grito lejano. A las 00:07 h grabamos en la que se cree fue la habitación de la niña: ningún resultado. A la 1:12 h en la capilla: quedó registrado el llanto desgarrador de niño que he referido y una voz infantil que dice: “mamá”. A las 2:44 h efectuamos otra grabación, de nuevo, en la habitación de la niña: aparecen sonidos musicales. A las 3:48 h grabamos en el despacho del marqués: golpe sonoro y fuerte propinado a nuestro micrófono. Y a las 4:20 h la última grabación de la noche, en el tocador de la marquesa: una voz infantil que dice nuevamente: “mamá”, seguido de un leve lamento. Estos fueron, resumiendo mucho, nuestros resultados psicofónicos más sobresalientes de aquella noche en el palacio.
1. Estando en el salón de baile y efectuando un barrido de la estancia, aparecen dos figuras humanas (hombre y mujer), en movimiento, como si se dispusieran a bailar. En este momento, surge, a la derecha de la imagen, una tercera figura espectral de hombre, vestido con camisa blanca, que irrumpe en la escena.
2. La aparición, sobre el suelo de marquetería de una de las habitaciones de la segunda planta, de un féretro con una rosa amarilla apoyada en la tapa de éste.
3. La filmación de una forma ectoplásmica que se materializó junto a uno de nuestros maletines de trabajo.
4. Esta escena resulta de lo más inquietante. Nos encontrábamos en el lugar escogido como “base”, en la segunda planta. En ese momento, ya avanzada la madrugada, sólo quedábamos nosotros cuatro en el edificio. Fernando Vázquez era el cámara. En la imagen, deberíamos aparecer Pedro Esteban, Enrique Muro y yo, pero también aparecen las figuras de dos personas más que nos observan.
Los dos vigilantes encargados de la custodia del inmueble en aquella noche, nos narraron ciertas experiencias vividas en la mansión. Uno de ellos, sobre todo, nos manifestó su miedo, a pesar de ir acompañado en todo momento por un esbelto pastor alemán que se mostraba inquieto y nervioso.
Nos confesaron que muchos de sus compañeros, tras ser destinados a vigilar el lugar y pasar una noche allí, pedían de inmediato el traslado. Incluso tuvimos conocimiento del caso de uno de los vigilantes que, tras experimentar ciertos fenómenos paranormales en el palacio, acabó en la consulta de un psiquiatra. Estos fenómenos, vividos por personas que pasaban, cada día, ocho horas entre sus paredes, reforzaron aún más los resultados y conclusiones de nuestra investigación.
Pasados los años y convertido el edificio en Casa de América, tuve la ocasión de hablar con un alto directivo de la Institución. Le pedí abrir de nuevo una investigación, solicitud que me fue denegada “por el impacto que los resultados podrían tener en la opinión pública”. Es comprensible. Lo que sí me confirmó, así como ciertos trabajadores que desempeñan su labor diariamente en la Casa de América, es que los fenómenos se siguen produciendo. Los trabajadores, y es lógico, quieren mantener en todo momento su anonimato y cuando me han contado sus “extrañas vivencias”, me han puesto como condición indispensable que jamás revele su nombre y sus apellidos. Y así lo he cumplido hasta el momento.
Las “voces” fueron un fraude, pero no así la leyenda de “casa encantada” del palacio. En sus habitaciones y estancias, a lo largo de sus corredores y galerías se producen fenómenos difícilmente explicables por la razón, hechos y sucesos que nos convirtieron, aquella noche, en testigos de lo insólito.
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