Undark y las chicas radiactivas
A principios del siglo XX se puso de moda la pintura a base de radio por sus propiedades fluorescentes, siendo muy común en las esferas de los relojes. En las fábricas las encargadas de pintar las esferas mojaban con la lengua el pincel, ingiriendo radio. Algunas incluso se lo ponían en los labios para resultar atractivas a sus maridos.
Al
mezclarlo con el sulfuro de zinc, las propiedades fosforescentes del
radio lo convertían en una sustancia idónea para ser utilizada en la
industria militar americana, que por aquel entonces, precisaba de
aparatos e instrumentos de uso nocturno. La depuración del radio dio
lugar a un mineral llamado carnotita, produciendo así la mayor patente
de pintura luminosa, venenosa y radiactiva de la historia: el "Undark".
En
Europa, especialmente en Suiza, había tantos pintores de Radio que era
muy normal reconocerlos por la calle. Todos ellos brillaban en la
oscuridad como si un halo mágico los persiguiera.
Los
directivos de la empresa ya sospechaban de la peligrosidad del
producto, y mientras ellos se protegían con máscaras y guantes plomados,
las 70 trabajadoras de la fábrica lo manipulaban con un bonito e
inseguro uniforme corporativo y un delicado pincel de "pelo de camello".
Ajenas
al peligro de esa sustancia que iluminaba todo a su alrededor, ellas
mismas se lo aplicaban coquetamente en uñas, dientes y pelo, lo que más
tarde les provocaría tremendas malformaciones e incluso la muerte.
Anemias, neoplasias, necrosis y lo que más tarde se denominó "Mandíbula
de Radio" fueron las enfermedades que una a una se fueron llevando a
cada una de las trabajadoras de la fábrica.
Fue
en 1925 cuando un dentista de Nueva York atribuyó las enfermedades
detectadas en el 80% de las mujeres de la fábrica a la toxicidad de la
sustancia con la que mantenían contacto directo. Mientras varios
informes pagados por los dueños de la fábrica fueron presentados a la
opinión pública achacando las enfermedades de sus trabajadoras a
enfermedades de transmisión sexual como la sífilis. La opinión pública
acabó decantándose a favor de las trabajadoras.
La
empresa fue finalmente condenada a pagar 100.000 dólares y una pensión
mensual y vitalicia de 600 a cada una de las chicas, muchas de las
cuales no llegaron a cobrar ni una sola mensualidad. Meses después, la
fábrica cerró sus puertas por las dificultades que suponía un modelo de
negocio basado en un producto tan tóxico y por la peligrosidad que
suponía para los trabajadores.
Fuente:
yamelose.com
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